Publicado por Tomás Melendo el 5 de Julio de 2007
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• Se malcría a un niño con desproporcionadas o muy frecuentes alabanzas, con indulgencia y condescendencia respecto a sus antojos.
Se lo maleduca también convirtiéndolo a menudo en el centro del interés de todos, y dejando que sea él quien determine las decisiones familiares.
Un pequeño rodeado de excesiva atención y de concesiones inoportunas, una vez fuera del ámbito de la familia se convertirá, si posee un temperamento débil, en una persona tímida e incapaz de desenvolverse por sí misma.
Si, por el contrario, tiene un fuerte temperamento, se transformará en un egoísta, capaz de servirse y aprovecharse de los otros… o de llevárselos por delante.
• Por eso, frente a los caprichos de los niños no se debe ceder: habrá simplemente que esperar a que pase la pataleta, sin nerviosismos, manteniendo una actitud serena, casi de desatención, y, al mismo tiempo, firme.Y esto, incluso —o sobre todo— cuando «nos pongan en evidencia» delante de otras personas.
• Nosotros no contamos.
Su bien, ¡el de los hijos!,
debe ir siempre por delante del nuestro.
• Como ya apunté,
la atención prioritaria al otro, con olvido de uno mismo,
es la regla por excelencia de la educación…
y de toda la vida humana.