Ángela Marulanda
No cabe duda que todo en la vida tiene un precio y que entre más lejos aspiremos a llegar, mayor será el costo en términos del esfuerzo requerido para lograrlo. Sin embargo, como en la sociedad “light” de nuestros días todo es trivial y se impuso el facilismo, están desapareciendo el esfuerzo y la capacidad de lucha de la lista de virtudes que se procura cultivar. Dentro de esta filosofía de lograr más haciendo menos y obtener todo a cambio de nada se están formando las nuevas generaciones. Su vida es cada vez más fácil: ya no tienen que hacer tareas a mano porque para eso cuentan con una computadora; ya no tienen que caminar unas cuadras porque su mamá es a la vez chofer; ya no tienen que desgastarse investigando preguntas complicadas porque para eso está la internet, y ya no tienen que responder por los problemas en que se meten porque de eso se ocupan sus papás. Y así sucesivamente.
Lo grave es que al facilitarles la vida a los hijos en realidad se las estamos complicando. Las perspectivas para el futuro, aún para quienes “lo tienen todo”, no son muy prometedoras si no están muy bien equipados para arreglárselas en condiciones adversas como las que tendremos que seguir viviendo.
De tal manera que el viejo lema de “goce primero y pague después” no vale. Nuestros hijos tienen que pagar primero para poder gozar después si quieren hacer de su vida algo que valga la pena. En efecto, en primer lugar tienen que trabajar duro y aprender a superar los escollos, a perseverar ante las contrariedades, a crear sus oportunidades y a no sucumbir ante una puerta cerrada sin decidirse a empujarla para que se abra. Sólo así podrán gozar luego de la dicha que significa alcanzar sus sueños, no a base de intrigas o favoritismos, sino como resultado de su propio mérito.
Ascender es más difícil que descender, pero son los caminos en ascenso los que nos llevan a la cima. Allá no necesariamente llegarán los que están a la cabeza sino ante todo los que caminen con más fuerza. Y así como la fuerza física se desarrolla haciendo mucho ejercicio, la fortaleza interior se desarrolla esforzándonos para superar los desafíos que encontramos en el trayecto hacia la cumbre. El esfuerzo fortalece la voluntad, templa el carácter y ennoblece el corazón. Y convierte los sueños en realizaciones y las buenas intenciones en causas nobles, mientras que nos llena de esa profunda satisfacción resultante de sentirnos capaces de superar el desafío de dejar el mundo un poco mejor de lo que lo encontramos.
Fuente: www.angelamarulanda.com